En una madrugada de hace unos ochenta y ocho años (el 8 de febrero de
1921) moría a sus 78 años, a causa de una neumonía, en su casita de
Dmitrov —que habitaba desde el verano del 1918—, un pueblecito a unos
kilómetros al norte de Moscú, uno de los mayores teóricos del anarquismo
de la historia, el ruso Piotr A. Kropotkin. Su familia y conocidos
rechazó la oferta del gobierno bolchevique de celebrar un funeral de
estado, siendo fieles a los principios del fallecido de no aceptar
favores de ningún gobierno, ni toleró fausto ni pompa alguna. Para ello
se creó una comisión especial para las exequias compuesta por
anarquistas.
En sus últimos tres años de vida no tuvo estrecho contacto con las
masas y vivía sencillamente con su esposa, Sofía, e hija, Alejandra.
Estaba entonces enzarzado en su obra sobre la ética, que no pudo
concluir al sobrevenirle la muerte.
El mismo Lenin se preocupó de su estado de salud, pero le permitió
conservar la vaca. Aunque apartado de la política y los asuntos
sociales, siempre que podía escribía algunas cartas a las autoridades
soviéticas y a conocidos, denunciando los abusos del régimen o haciendo
sus análisis de la realidad del momento.
Durante dos días afluía la gente sencilla de los alrededores de
Dmitrov a rendirle el último homenaje. El féretro llegó a Moscú el 10 de
febrero, durante el viaje el tren llevaba varias banderas negras con
textos de él, y al llegar a la estación hubo un pequeño altercado con
los denominados «anarcobolcheviques» o «anarcosoviéticos» (libertarios
colaboracionistas con la dictadura bolchevique) que querían llevar el
ataúd a toda prisa y sin ceremonia a la capilla ardiente. Durante el
trayecto se pararon junto la carcel de Butyrki y se cantaron himnos
revolucionarios, como protesta al confinamiento de muchos anarquistas en
las cárceles de la Cheka.
La capilla ardiente se situó en la Sala de las Columnas de la Casa de
los Sindicatos, cerca del Kremlin. Allí se puso una gran bandera negra
en donde estaba escrito una denuncia de los anarquistas moscovitas, ante
la negativa de liberar a los presos libertarios (la mayoría ucranianos
detenidos, meses atrás, durante el Congreso Anarquista de Jarkov), deseo
expreso del mismo difunto.
Hubo varias peticiones de excarcelación a las autoridades
soviéticas, desde el soviet de Moscú hasta al mismo Lenin, quien se
lavaba las manos delegando la responsabilidades al Congreso Panruso de
Soviets y la decisión final para la misma policía política, la Cheka,
para que pudiesen participar en el funeral. Y la respuesta siempre fue
negativa. A pesar de las trabas oficiales, como la censura y la
burocracia, se publicó el boletín de la comisión y varias octavillas en
la imprenta precintada del doctor Atabekían, amigo personal de Kropotkin
y que estuvo junto a su lecho de muerte.
La comisión llegó a amenazar a retirar las coronas fúnebres del
Partido Comunista, además de informar de la situación a la prensa
internacional, si no soltaban ya a los presos anarquistas de Taganka y
Butyrki, y al final las autoridades locales, Kamenev al frente,
prometieron tal liberación.
Otro de los deseos del fallecido fue que no se cantase ni tocase La
Internacional (le parecía que sonaba a «los aullidos de perros
famélicos»).
Dos días estuvo expuesto el cuerpo al público. En la mañana del 13
de febrero las calles estaban llenas a rebosar, a pesar del frío.
Helaba, se congelaban hasta los instrumentos musicales de la banda, pues
el inicio del entierro se demoró durante una hora más hasta la llegada
de los presos. Las autoridades soviéticas solamente liberaron, bajo
palabra, a siete anarquistas, quienes portaron el féretro (Olga
Taratuta, Fania Baron, Aaron Baron, David Kogan, Mark Mrachny, Alexandr
Guevky y Alexiev Clonetsky) y algunos pacifistas tolstoianos, todos de
Taganka.
El recorrido, desde la Casa de los Sindicatos hasta el cementerio de
Novodévichi, duró unas dos horas y se hicieron dos paradas. La primera
fue frente el Museo Tolstoi, al llegar a su altura se tocó La marcha
fúnebre de Chopín. Y la segunda frente la prisión de Butyrki, desde la
cual los encarcelados golpeaban los barrotes de sus celdas y entonaban
un himno a la muerte. A este funeral asistieron miles de moscovitas —se
comentaba que fueron entre veinte a cien mil los asitentes— y, además de
multitudinaria, fue la última manifestación en Moscú en varias décadas
(hasta tiempos de la Perestroika de Gorbachov) contra el régimen
soviético. Y al frente del cortejo fúnebre iba la bandera contestataria.
Había muchas banderas rojas y negras, y en algunas había textos del
finado como: «Donde hay autoridad no hay libertad».
Al final, en el cementerio, varios representantes de diversas
organizaciones (comunistas, eseristas, anarquistas,...) pronunciaron sus
respectivos discursos. Emma Goldman tuvo su primera intervención
pública en Rusia y Aaron Baron habló en nombre de los encarcelados. Y
todo esto... bajo la vigilancia de un destacamento chekista.
Los detenidos pasaron la tarde con los compañeros, pero tuvieron que
regresar por la noche, acompañados por otra gran procesión popular, a
la carcel de Taganka. Exceptuando uno de ellos, Mark Marchny, que fue
expulsado de la Unión Soviética junto otros nueve (como Volin y Maximov,
entre otros) y Fania Baron, fusilada junto el poeta Lev Chorny en los
sótanos de la Cheka meses más tarde, los demás desaparecieron, tiempo
después, junto a los millones de seres humanos de las cárceles y campos
de concentración soviéticos.
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